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El día que me fui

La casa está vacía. Observo el bolso sobre la cama y me pregunto qué más debería llevar. Es aun temprano, y la luz que entra a través de la persiana y las cortinas colorea la habitación. Me siento en la cama al lado del bolso y observo mis zapatillas. Que pies grandes, como he crecido. Miro los muebles de la habitación, la mezcla de libros míos y de mis hermanas entre otros pequeños desordenes. Todo está estático, como en una foto. Hace algunos meses había decidido mudarme a esta pieza porque la mía era más pequeña. Y ahora, en la inmensidad de la casa vacía, siento olas de recuerdos de toda mi vida. Empiezo a recorrer las habitaciones, observo las manchas en la pared, los azulejos del baño, los cuadros, las persianas de madera con el barniz descascarado, tantas cosas llenas de detalles. Detalles que ya estaban en mi mente, pero que en lo cotidiano de los días habían escapado para hacerse presente todos en este momento, cada uno con su historia. Como contando pequeños fragmentos de mi ...

Mis dos hogares.

Tengo dos hogares en este mundo. Dos hogares distantes, unidos por el mismo río. Nadie sabe que lo son. Nadie podría llegar a ellos o tan sólo reconocerlos. Los árboles y el río son la constante de sus paisajes, pues es parte de mi naturaleza. No hay muchos como yo. [Yo al menos no he llegado a encontrar ninguno.] El primer lugar es un bosque joven, de bellos dibustros que crecen en forma ordenada en una zona baja. Cuando crece el río inunda gran parte de él convirtiéndolo en un bañado. Cuando el río baja, la alfombra de húmedo pasto verde y pequeñas flores azules se mezclan entre los árboles. El viejo palomar, como un castillo abandonado, corona mi estancia. Nunca entro a él, tan solo camino desapareciendo entre los delgados troncos. Prefiero mirarlo desde algunos metros para luego volver a recostarme en la glorieta. Sobre ella, casi llegando al puente, un cable cruza de lado a lado el río. Tensado de un lado por el barranco y por el otro, por una viga de quebracho. Sobre él, un oxida...

Hojas en mi balcón

De chico solía treparme a los árboles. Ya sean los de mi casa o los de la casa de mi hermana, donde jugaba con mi sobrino. Conocía uno de los árboles de mi casa como la palma de mi mano. Subía a él todos los días, conocía todas sus ramas, sus rugosidades y elasticidades. Algunos años, cuando no lo podaban, lograba subir más alto que mi casa. Y entre las hojas verdes observaba a la gente que pasaba por la calle. Una vez arriba era invisible en su follaje, y las nubes pasaban más cerca. Subir al árbol me llevaba un par de segundos, y era más rápido salir por él a la calle que por la puerta. Que buenos tiempos. Ahora vivo en otra parte, y tengo el gusto de tener un árbol en la vereda, que llena de hojas el balcón. De esa forma, me invita a salir a charlar con él. Dialogamos en silencio cuando los pensamientos se detienen. –La vida es así. –me cuenta– Los botánicos creen que crecemos buscando el sol… ¡Que locura!*... La realidad es que crecemos escapando del origen, de nuestra ...

Tres semanas

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El problema de tratar de ganarle al pensamiento tiene una gran similitud a tratar de jugar solo una partida de ajedrez con ambos bandos. El empapelado sale volando como un pterodáctilo. No tiene las fotos de las fieras circenses de Ray Bradbury y el señor Mortajosario , pero no deja de tener su encanto. Tres semanas de pintura quedan atrás. En mi caso, Wilson es un tacho de pintura blanca, con nombre de una película que siempre quise ver. Aunque quizás es mejor nunca verla, y tan sólo sentirse un Bogart . La soledad* me acompaño en el constante ir y venir de mis pensamientos. Tal es así, que uno de los primeros días y luego de arduas peleas, creé un círculo que me proteja. Y dentro de él, comprendí que me protegía de mi mismo, y a la vez me exigía luchar. Logré destruir varios pensamientos, y vi, que como en una gorgona nacían nuevos sin cesar. Así me encontré con mi ego , y con la fácil aceptación de que uno es inteligente. Pero uno cree ser inteligente, porque con el...

Llueve

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Todo el tiempo

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Hay gente que luego de conocerla la llevamos todo el tiempo. Imágenes, recuerdos, consejos, risas, miradas. Quizás no seamos lo que vemos, quizás somos un montón de momentos, un crisol de encuentros. Una historia de encuentros de encuentros. Este es un tema dedicado a todas las personas que siempre están. Que aunque no las vea (o incluso las vea), aparecen en mis pensamientos y me dejan vivir en los suyos. [No esperen la gran sinfonía, es sólo una guitarra.] Descargar tema: mp3 (784KB) | zip (769KB) Advertencia: Como siempre, no me hago responsable de los posibles daños auditivos.

Pintar una pared es mucho más fácil que descascararla.

Pasamos todo el tiempo al lado de la historia. Casa venidas a menos; parques llenos de pasto sin cortar; ramitas que crecen entre los musgos de los bordes rotos de las fachadas. Paredes mal revocadas y casas emparchadas en miles de refacciones. E infinidad de detalles que son derribados para crear nuevos edificios, nuevas historias. Desde el colectivo observo una fado más, e imagino el momento en que fue construida. Imagino un paisaje distinto, pero no distante. Andamios pegados a las paredes y artistas orgullosos de cada relieve. Personas van y vienen, y sueñan. Sueñan con su nueva casa de bellas fachadas de estilo europeo. Pasillos de mosaicos blancos, negros y terracota. Ventanales con enrejados forjados y labrados de flores y detalles que compiten con los colectivos que pasan por la calle de bello empedrado. Sueños. La gente va y viene con sus sueños. Que con el tiempo, capa tras capa, agregan y quitan de la escultura de la casa y la vida, embriagados en cada presente. ...