Una luna se vuela entre las escasas nubes de la noche

Una luna se vuela entre las escasas nubes de la noche. Ya casi es verano, algún mosquito vuela alrededor pero no se anima aún a acercarse. Los aviones y las estrellas se cruzan en el cielo, que va de un magenta oscuro, a un azul estelar detrás de una luna.

El timbre suena, me imagino abriendo una puerta, entrando a mi casa y caminando al patio. Nos encontramos bajo la noche y nos damos un abrazo. Se sienta a mi lado a observar como se vuela una luna, mientras destapa el termo y comienza una nueva ronda.

Del otro lado, mi mano sigue acariciando la espalda y las orejas del conejo. La anatomía de roedor no le permite, entre otras cosas, rascarse la espalda. La curiosa trivialidad me lleva a las analogías y me imagino rascándome deliciosamente la espalda contra una pared rugosa. Mientras cierro los ojos y dejo que la nube pase nuevamente delante de luna, que ahora es brillante y abollada. Que desgracia debe haber sido para ella el granizo del otro año.

Al rato, dejo el termo y entro en el baño, me refresco la cara y observo en el espejo como mis ojos juegan nuevamente a cambiar del castaño al naranja. La sonrisa se dibuja sola en mi rostro mientras pienso que tarde o temprano aprenderé a elegir el color. Quizás cuando vuelva me enseñe, como cuando me enseño la vida al tomar mi mano desde abajo de la cama. La suya era de largos y delgados dedos, perfectamente torneados, de piel clara y suave. Los recuerdo tanto como ese casi verano, cuando en la noche se voló una luna, que todavía busco y aún no encuentro.

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